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##Cuentos de los Mares del Sur_ Robert Louis Stevenson

2 participantes

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Mensaje  Maia Dom Ene 09, 2011 5:43 pm

CUENTOS DE LOS MARES DEL SUR de Robert Louis Stevenson





El diablo de la botella
Un día Keawe, nativo de Hawái, decide conocer otras tierras y se embarca en un buque que se dirige a San Francisco, donde se queda fascinado al ver una casa preciosa, cuyo dueño, en cambio, parece triste y solo. Keawe se pregunta cómo el dueño de una casa tan hermosa puede ser tan infeliz. Tras enseñarle su mansión, el anciano le muestra una botella de vidrio blanco en cuyo interior se pueden ver los colores cambiantes del arco iris, además de un diablillo. Este diablillo le concedería cualquier deseo, excepto alargarle la vida. Pero poseer la botella tiene sus consecuencias: si el dueño de la botella muere sin haberla vendido antes se abrasará en las llamas del infierno. Además para vender la botella hay que cumplir también unos requisitos: venderla a un precio menor del que se había comprado, cobrar el dinero en efectivo y con el libre consentimiento del comprador. Pocas veces se ha retratado mejor y con menos recursos la angustia humana.




La isla de las voces
Este relato es una concatenación de prodigios y hechicerías, la historia de un hombre asustado que va de peligro en peligro.




En los dos cuentos está el castigo a la curiosidad y la ambición y se atisba la culpa que la religión sembró en unos pueblos ingenuos e inocentes. Se percibe la sombra del peor de los infiernos, pero, así mismo, el reflejo del mar y de la luz de una tierra privilegiada.





Tres fueron los grandes viajes que efectuó Stevenson por los mares del sur. La razón principal de hacerlos fue el buen estado de su economía. Por fin le había llegado fama y liquidez con La isla del tesoro en 1883 y todo eso aumentó con El doctor Jekyl y mister Hyde en 1886.

Ya tiene 38 años, un aire de caballero largo y distinguido, dinero no menos largo y una consorte americana, morena, menuda, pero que también está forrada. Va a viajar hasta el final de sus días con ella y dos de sus hijastros, Isobel y Lloyd. En Samoa se añadiría la tía Maggie, o sea, la propia madre de Stevenson, con todos sus pesados muebles de roble escocés. En junio de 1888, la familia Stevenson, que ha fletado la goleta Casco, de 74 toneladas, zarpa de San Francisco.

El primer viaje

El primer viaje por los mares del sur marcó tanto a Stevenson que ya jamás los abandonaría. El primer encuentro con las islas es un amanecer que no se olvida, como tampoco el primer amor. Eso dijo y eso fue en las Marquesas. Llega a Nuku-hiva y desde esa isla, “envuelta en nubes”, recorre otras muchas, un mundo que saca todas las fibras sensibles de su alma escocesa. Se convierte a la religión del mar azul, del viento caliente y las sonrisas, sobre todo las que no son caníbales. Recoge lo más profundo de los primeros polinesios, su sentido poético de la vida: “Los cielos resplandecían sobre nuestras cabezas; innumerables eran los ojos de las estrellas...”. Claro que, hoy como ayer ,“el marquesano no perdona jamás una injuria ni un desaire”. Hoy, si acaso, las Marquesas, y en concreto Nuku-hiva, representan una seria alternativa a la masificación de Tahití, aunque no por eso los precios marquesanos sean menores.

Tras las Marquesas, “islas bárbaras”, sobre todo para “los cerdos largos” que quedan por canibalizar, Stevenson va a las Pomotú (Tuamotu) cantando nada menos que una oda de Horacio: Nihil astra praeter/vidit et undas (“No se ve más que estrellas y olas”). Bien se ve que entonces no se hablaba de átomos. Stevenson recala en Fakarava, un atolón con una laguna de colores y peces irisados que no es extraño que le impactara tanto. Surge, aunque poco, de un mar esmeraldino, una de las mejores ínsulas de los mares del sur con mucho.

Fakarava es menos accesible que Rangiroa, el atolón de las Tuamotu más factible de visitar por vía aérea desde Papeete, la capital tahitiana. Pero valdría la pena descolgarse por Fakarava aunque sólo fuera por decir, con Stevenson, que los demás atolones que veas ya no te podrán fascinar igual. Curiosa fue, por otro lado, la apreciación de Stevenson sobre los marquesanos comparados con los pomutuanos. Estos últimos son cinco centímetros más bajos, más feos, codiciosos y atrevidos...

En general las Tuamotu constituyen un territorio de la Polinesia francesa poco visitado por los ecos de las bombas nucleares de Mururoa. Sin embargo, estamos hablando de 77 atolones en un arco de 1.500 kilómetros. Salvo Rangiroa y Hao, que tienen aeropuerto comercial, el resto de las Tuamotu exige barco, tiempo y dinero. Ahora bien, salvo los epicentros atómicos, muchos atolones pomutuanos siguen tan intactos como cuando los visitó el escritor escocés. Cosa que no se puede afirmar de su siguiente escala, el archipiélago de la Sociedad, o Tahití para abreviar.

Sólo eso, ir de San Francisco hasta Tahití, y conocer el interior de la Polinesia francesa, fue mucho. Sin embargo, al año siguiente, y siempre con el mismo barco, Stevenson remonta desde Tahití hacia el archipiélago de Hawai. Allí conoce en profundidad Maui, Molokai, Oahu en Honolulú, y Kavauai. Decir profundidad no significa rendida devoción de lector de Stevenson. Simplemente, Stevenson ambienta en Hawai uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura: The Bottle Imp (“El diablo en la botella”). Trata de un hombre de Honaunau, “al que llamaré Keawe: porque la verdad es que aún vive y que su nombre ha de permanecer secreto”. El resto conviene leerlo o releerlo sobre todo si uno ha escogido Honolulú como escala de este viaje y sin embargo no se es muy aficionado al coco loco, la guirnalda o el surf.

El segundo viaje

En Junio de 1889 la familia Stevenson fleta otra goleta, la Equator, de 70 toneladas, y zarpa de Honolulú en dirección sur. Es un viaje de cuatro meses que les lleva primeramente a las islas Gilbert (hoy Kiribati). Su estancia en el atolón Apemama (hoy Abemama), sometida a los saltos de humor de su anfitrión, el terrible rey local Tembinok, presta a Stevenson las suficientes estampas como para que pueda componer una de las mejores partes de En los mares del sur. En Abemama Stevenson llegó a acariciar la idea de quedarse para siempre. El conato de establecimiento familiar fue en unas cabañas que Stevenson denominó con optimismo Ciudad Equator. Al final la personalidad de Tembinok le echa para atrás.

Este tirano tanto se viste con ropa de mujer como con un viejo uniforme de la marina inglesa. “Ataviado con ropas de mujer parece increíblemente sombrío y amenazador”. Sin embargo, el rey era un tirador excelente, él mismo ejecutaba a quien le apetecía, mientras para asustar a la gente hacía silbar las balas en las orejas. Disponía de un amplio harén, aunque pobre nariz de la esposa a la que sorprendiese en adulterio.

Desencantado de Tembinok, y hasta temeroso de seguir en Abemama, Stevenson decide peregrinar por esa parte del mundo aún poco transitada que es la Micronesia. Hasta por avión no es fácil conecctar Nadi (Fiyi) y Tarawa (Kiribati). Sólo con tiempo se puede conseguir un vuelo posterior de Tarawa a Abemama. Pero uno insiste en lo que es más utópico es seguir los pasos de Stevenson al pie de la letra. Hay que tener en cuenta que con su goleta no sólo recorre la mayoría de las Gilbert sino que desde allí hace travesías hacia las islas Marshall, Jaluit, Majuro, Namorik y Ebon. Por fin, en diciembre de 1889, el Equator pone rumbo sur, hacia Samoa.

En este punto, todo cuanto Stevenson sentía, vivía y olía había rebasado la fase liminar, el umbral del presentimiento, del encuentro y de las primeras emociones y escarceos. Stevenson ya estaba definitivamente enganchado a los mares del sur. El lo dijo: “Mientras tanto, la costumbre y el agradecimiento habían empezado a atarme a aquellas islas; había recobrado las fuerzas; tenía amigos... por consiguiente, decidí quedarme ahí”.

El tercer y último viaje

El tercer gran periplo de Stevenson por los mares del sur también supone el último viaje que hace antes de morir. Aprovecha el tiempo de todos modos. Le falta por conocer la Melanesia, las islas más negras y en esa época más caníbales. Pues bien, Stevenson, que ya se considera un veterano de los mares del sur, en 1890 embarca en el vapor mercante S.S. Janet Nicoll. El itinerario en este caso zigzaguea mucho. Primero Stevenson viaja desde Sydney (Australia) hacia Samoa, donde ha resuelto residir. Luego, a partir de Samoa recorre Tokelau, Pukapuka, Nassau y otras islas fuera aún hoy de las rutas habituales, casi en el centro de la nada del Pacífico central. Posteriormente recala en las ilas Ellice (hoy Tuvalu) y por fin de ahí va a la Melanesia.

En lo que hoy es República de Vanuatu, y en esa época Nuevas Hébridas, Stevenson tiene oportunidad de conocer Erromango, isla de elevada fama antropofágica. Asimismo completa sus rumbos melanesios con una recalada en la Melanesia francesa, especialmente en la isla Loyauté y en Numea, la capital de la Nueva Caledonia.

Estos últimos destinos no son difíciles de visitar tanto desde Port Vila, la capital vanuateña, como desde la propia Numea. El asunto es que ahí estamos en plena tierra de los canacos, ya no caníbales, pero que se alzan entre los hermanos más lejanos en el espacio para un europeo. Ir a Vanuatu o a Nueva Caledonia implica prácticamente una vuelta al mundo. Hasta el viajero esporádico por esos lugares siente cierta necesidad de quedarse más tiempo del que ha proyectado.

Nada digamos de Stevenson que a partir de ese postrer viaje por la Melanesia se concentra en el disfrute de su casa en Samoa. Ahora la ruta y la vida de Stevenson surcan senderos más pequeños, pero entrañables. Stevenson compra una finca en Upolu, la isla samoana principal, en una zona que se llama Vailima, lo que significa Cinco Ríos. Stevenson siente una fugaz veleidad de convertirse en plantador, para amortizar un poco la inversión, pero al poco se refugia en su despacho, ante su magnífica mesa de caoba, y escribe sin pausa hasta el final de sus días.

Sus últimos cuatro años de vida están consagrados a Samoa y sus gentes, las que no en vano le ponen el título de tusitala, el contador de historias. Stevenson llega a conocer las entretelas de los samoanos. Los grandes jefes tatuados vienen a su casa de visita, le cuentan sus batallas y le piden que participe en ellas.

Stevenson contribuye a la vida local en la medida de sus fuerzas, cada vez más menguantes. Le basta su jardín, a los pies de la jungla del monte Vaea, para ratificarle en lo que empieza a sentir de Samoa: “este es un noble paraíso”.

Cualquiera que visite la Casa-Museo de Stevenson en Vailima puede comprender la exactitud de esa frase de Stevenson. Todo ahí es un noble paraíso, su casa, su jardín, el doble camino que asciende hasta su tumba del Vaea desde donde se divisa la herradura donde descansa, o dormita, Apia, la capital samoana. Uno en ese mirador fabuloso, sentado tal vez en el borde de la tumba del escritor, recuerda la exactitud de aquello de Stevenson: “Pocos son los hombres que abandonan las islas después de haberlas conocido”.

Ese embrujo lo vivió Stevenson en sus últimos cuatro años de vida y está en las páginas palpitantes de En los mares del sur o en relatos como En la playa de Falesá. Vailima era y es un paraíso en la tierra. Ni siquiera tiene que envidiar al mítico Fiddler’s Green donde, según oyó contar Stevenson, van las almas de los marineros a tocar el violín, bailar, beber grog y mascar tabaco.

Stevenson siempre tuvo palabras llenas de admiración hacia las gentes del mar, pero también para quienes encanecen bajo las palmeras y no se olvidan de nada. Para quienes simplemente mezclan su sangre con la de los nativos y respiran de una forma tan plena, cálida y salitrosa, que ya no echan en falta parte alguna del mundo más que la que pisan. Stevenson escribe casi con ferocidad hasta el día de su muerte. Labra incluso con su pluma el que sería su epitafio en el monte Vaea, un hermoso poema, ambivalente hasta el final y fin también de nuestra ruta:

Aquí está el verso que me grabaréis:
aquí yace donde anheló estar.
A casa ha vuelto el marino, a casa desde el mar,
y el cazador de la colina al hogar.


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Última edición por Maia el Miér Nov 30, 2011 5:06 pm, editado 2 veces
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Mensaje  Sagitario Mar Ene 11, 2011 2:23 pm

Que bonita presentación Maia. Como sigáis así, voy a tener que hacer un cursillo de diseño.
Gracias abejita. beso


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