CORRUPCIÓN EN EL ESTADO

Domingo 9 de Octubre de 2011 | En 10 meses en el poder, el gabinete de Dilma Rousseff perdió a cuatro importantes ministros, arrastrados por denuncias de irregularidades. La Presidenta creció en la valoración pública al mostrarse inflexible. En Brasilia y en Río de Janeiro hubo importantes manifestaciones en reclamo de transparencia en la gestión pública y por el control social de los actos de Estado.

"La corrupción en el Brasil atraviesa nuestra cultura. Por supuesto que no se puede incluir a la totalidad de la población, pero hay sectores movidos por la corrupción especialmente en la esfera pública, donde el problema es crónico", sostuvo el dirigente carioca Antonio Carlos Costa.

El referente social encabeza la ONG Río de Paz, que comenzó su trabajo hace varios años con campañas callejeras masivas en contra de la violencia en la capital turística del país. Ahora lidera las manifestaciones contra la corrupción estatal, en momentos en que se multiplican las denuncias de irregularidades en las obras públicas encaradas para el mundial de fútbol de 2014 y para las Olimpíadas de dos años más tarde.

Los escándalos derivaron en la renuncia de cuatro miembros del gabinete de Dilma Rousseff, que lleva 10 meses en la Presidencia. Se trata del jefe de la Casa Civil (una suerte de ministro coordinador), Antonio Paolocci; y de los titulares de Turismo, Pedro Novais, de Transporte, Alfredo Nascimento, y de Agricultura, Wagner Rossi, aparte de muchos otros funcionarios de segunda línea pero de altas responsabilidades, como presidentes de empresas estatales. Pese a esta situación, el prestigio y el respaldo social a Rousseff creció, y hubo marchas para pedirle que profundice su actitud de tolerancia cero hacia los sospechados.

Costa comienza hablando pausado y luego toma ritmo, tal vez por su experiencia como predicador presbiteriano. En una entrevista telefónica exclusiva con LA GACETA, remarcó que el movimiento anticorrupción que encabeza no tiene ninguna relación con su fe, sino que busca reunir a las distintas creencias y pensamientos políticos o religiosos. "Esto trasciende a los partidos, el problema no es de centro, de izquierda o de derecha", sostuvo en el diálogo, que se desarrolló como sigue.

- ¿Cómo se manifiesta esa corrupción en lo cotidiano?

- Por ejemplo en la compra de la Policía cuando hay juego ilegal, tráfico y distribución de drogas o comercio de armas. Pero el problema está dentro de los tres poderes del Estado, y es endémico. Brasil es un país de dimensiones continentales y una de las economías más fuertes del mundo, pero que tiene graves deficiencias en infraestructura, bolsones de miseria y salarios bajos.

- ¿Qué opina de las decisiones de la Presidenta?

- Su Gobierno tomó un camino sorprendente respecto de la gestión anterior (de Luis Inacio Lula da Silva), donde hubo casos más grandes de corrupción, como la compra de votos en el Congreso por parte del Poder Ejecutivo con el apoyo de empresarios corruptos que lo apoyaban, y no pasó nada. Lula asumió públicamente que era algo común. En Brasil difícilmente se encuentre con una autoridad pública con autonomía para hablar sobre su pasado. Ahora caen ministros.

- ¿Está actuando la Justicia?

- Hay una sensación profunda en nuestra sociedad de que hay impunidad en los delitos de guante blanco; en esos casos hay una impunidad prácticamente total. Por eso es que estas manifestaciones populares contra la corrupción tienen un valor inmenso frente a sectores que sostienen un corporativismo con impunidad y que mantienen la defensa de los intereses de grupo. Este es un acontecimiento inédito e histórico en el país.

- ¿Qué es lo que está en juego?

- La corrupción daña a la sociedad en su conjunto. Hay una crisis de valores en mi país por el impacto de ciertos mensajes de la posmodernidad, con un discurso antimoralista. Se ve el colapso de la familia y el fracaso del sistema educacional, que no da una educación de calidad ni prepara para el ejercicio de la ciudadanía ni para la relación con otros seres humanos.

- ¿Su movimiento Río de Paz se vincula con su labor como pastor?

- No, es fruto de un compromiso como ciudadano. Están muy presentes los valores cristianos, pero es un movimiento pluralista, donde confluyen distintos pensamientos de cualquier credo, condición social o creencia política, para luchar contra males muy graves.

- ¿Van a continuar las protestas?

- Sí, hay varias manifestaciones que se están organizando porque estamos inaugurando una nueva forma de expresarnos. Reclamamos el final del voto parlamentario secreto; la aprobación de una ley para que quien tenga causas judiciales no pueda ser candidato a un cargo; y la transparencia en el gasto público.

- ¿Las organizaciones anticorrupción se transformarán en partidos políticos clásicos?

- No. A partir de estas protestas, nuestro objetivo es crear una cultura de control social sobre la actividad del Gobierno, que la sociedad pase a acompañar más de cerca la actuación de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

- ¿Qué esperan de esta nueva etapa política?

- Finalmente, estamos empezando a recoger los frutos de la democracia, con libertad de prensa, de la cual hemos recibido un apoyo extraordinario. No hace falta estar afiliado a un partido político para expresarse. Estos movimientos están protagonizados por personas muy comunes, movidas por propósitos muy sinceros y no por una ideología. Para algunos, es algo apartidario, y para otros, suprapartidario.

El 7 de septiembre, en medio de los actos públicos por el aniversario de la Independencia del Brasil, se colaron manifestaciones en contra de la corrupción. Días después, se produjo la más emblemática en la playa de Copacabana, donde manifestantes plantaron 594 escobas que representaban a los 81 senadores y 513 diputados del Brasil en reclamo de que "el Congreso Nacional ayude a barrer la corrupción en Brasil".