El beso de la ahogada

'La desconocida del Sena', encontrada en el río a finales del XIX, pone cara a los maniquíes de reanimación. Esta es la historia de la mujer más abrazada del mundo


Cuentan que ella lo tenía todo salvo el amor correspondido. Pero ni siquiera su cara preciosa del París de 1880, ni los latigazos de envidia en la mirada de las mujeres por los bulevares, ni los piropos de los muchachos fueron suficiente alivio para el tormento que la llevó una noche a poner sus diminutos pies al borde del embarcadero. A mirar ese París dolorosamente perfecto y a saltar a las aguas negras del Sena y forjar sin quererlo una leyenda magnífica. En adelante, su rostro de líneas gráciles rematadas en una sonrisa ligera y burlona se convertiría en una leyenda romántica y terminaría hoy en día reproducido en las decenas de miles de maniquíes empleados para entrenamientos de reanimación.
La bella suicida, cuya historia ha recordado esta semana 'Le Monde', terminó por salvar vidas. La leyenda del amor no correspondido tiene todo el fundamento literario, pero sin ninguna confirmación histórica. 'Se non è vero, è ben trovato'. De la enigmática mujer está confirmado que su cuerpo fue encontrado en el río parisino y que quedó expuesto en la morgue de la ciudad. El tanatorio era un lugar bastante concurrido que visitaban los ciudadanos atraídos por el morbo. Sobre fríos mármoles negros, separados por un cristal, se exponían los cadáveres que la policía encontraba tirados por los callejones o flotando en el río, con la esperanza de que alguien pudiera identificarlos. La cara de la bella desconocida no tardó en generar cierta curiosidad por su encanto macabro y por esa sonrisa enigmática suspendida en la boca como un signo de interrogación sutil, cálido y al tiempo inquietante. Hasta le pusieron un mote: 'La desconocida del Sena'.
Nadie de todos los que pasaron por allí la reconoció, ni se supo jamás su nombre. Los médicos forenses certificaron que su cuerpo menudo no presentaba heridas ni signos de lucha, con lo que tiraron alegremente por el camino del medio: la mujer se había suicidado. Uno de los trabajadores de la morgue no se resistió a los encantos de su rostro y decidió hacerle una máscara mortuoria para conservar aquella expresión cautivadora. A finales del siglo XIX, cuentan que el maestro modelador Michel Lorenzi creó una imagen cuya fotografía decoraba los salones de París, después de toda Francia y más tarde de varios países de Europa. Antes de que las gentes colgaran en la pared láminas de una gran cadena de muebles suecos, tenían este tipo de cosas sobre el sofá de casa.
Gracias a esta costumbre de modelar las caras de los muertos, la desconocida se convertía en un cadáver ilustre. Cuenta el poeta y ensayista Alfred Álvarez en su ensayo sobre el suicidio titulado 'El dios salvaje' que la cara de la desconocida se convirtió en casi un icono de la moda y que toda una generación de chicas alemanas modeló su apariencia basándose en los cánones de la belleza de la ahogada. Otros expertos en el tema la identificaron como una modelo alemana muerta de tuberculosis en 1873.


Rastro literario

Su sonrisa de Gioconda yacente hizo brotar todo tipo de especulaciones y dejó rastro en la literatura. Esa historia suya de preguntas sin respuestas pasó por las manos y las mentes de escritores de varios países. El propio Rainer Maria Rilke, en 'Los cuadernos de Malte Laurids Brigge', publicado en 1910, evoca la casa de un moldeador en cuya pared cuelga una máscara, «la de una joven que se ahogó que alguien copió en la morgue porque era bella, porque aún sonreía, porque su sonrisa era tan engañosa, como si lo supiera».
En 1934, también el ruso Vladimir Nabokov le dedicó un poema titulado 'La desconocida del Sena' y Maurice Blanchot, que poseía una de las máscaras, escribió sobre «una joven con los ojos cerrados, animada por una sonrisa tan relajada y tranquila que se podría pensar que se ahogó en un momento de extrema felicidad». Pese a toda su pirotecnia de relatos, la desconocida del Sena hubiera quedado sepultada en el anecdotario decimonónico de no ser por Asmund Laerdal, un noruego que fabricaba juguetes, muñecos y plásticos blandos. A finales de los años 50 diseñó un maniquí de reanimación cardiopulmonar y eligió el rostro de la chica del río para implantarlo en sus muñecos. «Para motivar a los estudiantes, la cara del maniquí debía ser lo más parecida posible a la realidad».
Con el tiempo, los avances tecnológicos han cambiado los materiales y las prestaciones de equipo, pero la cara de la chica del boca a boca sigue siendo la misma. La mujer ahogada -ahora se llama Anne, 'Resuci Anne', que es como se llama el muñeco-, probablemente la dueña del rostro más besado de la historia, terminó salvando vidas en las orillas y alcanzando, de alguna manera, la eternidad romántica. Ni los escritores del París bohemio del XIX se hubieran imaginado un mejor final para el cuento.

FRANCISCO APAOLAZA

Que bonita historia!! Desde luego, este es un bar, donde se aprenden cosas....

Maia

Maia:
no te digo más porque me tenía que haber ido ya, que si no....

Qué historia más bonita y a la vez más triste, ahogarse por no encontrar un amor correspondido, qué pena, todos buscamos el amor, pero cometemos el error, de buscarlo fuera y no dentro, y basar nuestra felicidad en los demás sólo nos puede llevar a una vida de mucha infelicidad, esta historia da para pensar y mucho.

Me ha encantado esta historia , Gracias Maia.

Maia, alucinando con la historia, por todo lo que de romanticismo tiene, y porque esa esta cara la que se usa en los muñecos de RCP, que sea de una persona y con esa historia, y ¡que no se sepa!

Gracias por traerla

Curiosa historia y bonita