Lección kirchnerista para españoles asustados

Hace 50 años España estaba destrozada y la Argentina era pujante -dijo mi madre-. La tortilla se dio vuelta, ¿pero quién de ustedes puede asegurar que no volverá a pasar? ¿Quién ha visto el día de mañana?" Estábamos en el fatídico año 2001 y familiares y amigos se disponían a emigrar a la Madre Patria huyendo de la catástrofe económica. Mamá tenía esculpida en la memoria su propia odisea. Hija de una familia de republicanos, víctima de la hambruna de la posguerra civil, niñita pobre hasta la miseria, Carmina fue colocada en un buque y enviada a la tierra prometida. Por esas cosas de la vida, los parientes se fueron quedando en Asturias y ella se fue adaptando a Buenos Aires: trabajó, se casó, tuvo hijos y al final se hizo argentina, pero nunca pudo superar el desgarro de aquel destierro. Emigrar era irse para siempre. Claro, el mundo de entonces quedaba mucho más lejos. No existían vuelos rápidos, ni skype ni e-mails ni llamadas internacionales baratas. Y el desarraigo era un calvario. Desde esa perspectiva, a quienes luego huían de la hiperrecesión nacional mi madre los amonestaba diciéndoles que eran frívolos y les formulaba una admonición: el mundo alguna vez volverá a cambiar.

Diez años después, aquella sentencia no parece tan delirante. Europa adoptó la moneda única y se metió en un sistema que exige una disciplina fiscal prusiana. Al no poder salir de la cárcel del euro la recesión obliga a España a ajustar y a endeudarse, en un círculo vicioso y fatal. En tanto, la Argentina abandonó ese otro cambio fijo que fue la convertibilidad: tampoco nuestro país fue capaz de disciplina fiscal y se tuvo que endeudar y ajustar hasta el desastre. A la vuelta de la historia, América latina es bendecida hoy por una inédita correntada económica y por monedas elásticas, mientras los europeos tienen la tormenta de frente y están ceñidos por una faja de hierro.

El resultado de esta irónica voltereta es que 46.000 españoles ya han emigrado a Buenos Aires, copiando los pasos de la generación de mi madre y haciendo el camino inverso de aquellos argentinos que se iban sin remedio en 2001. El año pasado, al regresar de Madrid, le dije a mamá: "Van muy mal y la va a pagar el socialismo". Carmina ha sido siempre una fervorosa admiradora de Felipe González. Hace unos días me llamó para preguntarme por los "indignados". "Se parecen a los cacerolistas -me dijo-. Que se vayan todos. Pero al final se quedaron todos?los peronistas. Y el resultado en España, me parece, es que van a ganar esos derechosos del Partido Popular".

Es que los pueblos somos elementales: con consumo ganan los oficialismos; con recesiones, pierden. Así de simple. Y a los socialistas les ha tocado perder. Pero digamos para ser honestos que el hecho de que los españoles estén buscando refugio en la Argentina, no reconoce únicamente el fracaso del euro y el "viento de cola" latinoamericano.

También reconoce la buena performance económica del gobierno kirchnerista.

A su vez, para ser justos, uno debería advertirles a los nuevos inmigrantes que sean prudentes: vienen al segundo país con más inflación del mundo; también a un lugar donde los ciudadanos desconfiados mandaron al exterior en los últimos años miles de millones de dólares más que todas las preciadas reservas del Banco Central. En la Argentina de los Kirchner el incremento afiebrado del PBI no ha cerrado sino ha abierto la brecha entre ricos y pobres, y todavía existen similares niveles de pobreza y trabajo en negro que durante los años menemistas. Sin embargo, la Argentina es un país que respira y camina, donde las empresas ganan dinero y la rueda del consumo se mueve de manera incesante.

Los economistas dicen que ese motor perpetuamente recalentado derivará en un disgusto: en algún momento habrá que pagar la fiesta. Como siempre. Pero no hay a la vista graves peligros. Con todos los cargos morales y políticos que se les pueden realizar a los ocupantes de la Casa Rosada, también debe uno reconocerles que su "modelo" ha resistido hasta ahora.

Desde luego, eso no los habilita a poner en marcha, como han hecho estos días, una operación mediática según la cual el problema de España no es el euro sino el mercado y los capitalistas. Hay intelectuales kirchneristas que están tentados de impartirles algunas lecciones económicas a los europeos y revelarles la fórmula secreta de la felicidad: el nuevo Estado argentino. No es la primera vez que el peronismo sale a dar cátedra. En los 90, Domingo Cavallo (otrora amigo y aliado de Néstor Kirchner) se cansó de hacer giras por las universidades del Primer Mundo para explicarles el milagro de la convertibilidad, que los académicos miraban como lo que era: un artefacto exótico de la economía universal. Es que los argentinos somos muy listos, y tenemos la virtud de asombrar al mundo de vez en cuando con nuestras geniales ocurrencias. Quince años después, los propagandistas del Gobierno parecen decir: vean, desagradecidos compatriotas. Vean cómo se quema España y qué bien la pasamos en la Argentina. Es que, ¿saben algo? Estos gallegos no han sabido ser kirchneristas. Tenemos que enseñarles el camino del bien.

"¿Por qué somos así?", me preguntó anoche mi madre. Ya no hablaba en nombre de los españoles sino de los argentinos. Me encogí de hombros: "No sé, mamá".