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La Gioconda del Prado

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Mensaje  Lois_Lane Miér Feb 01, 2012 8:36 pm

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Las bodegas del Museo del Prado han sido el escenario de uno de los más importantes descubrimientos de la Historia del Arte: los conservadores de la pinacoteca han hallado en sus fondos una réplica de la Gioconda de Leonardo da Vinci, pintada por uno de sus pupilos favoritos, probablemente Andrea Salai (que a la postre se convertiría en uno de los amantes del maestro) o Francesco Melzi. Los expertos del Prado han empleado varios meses en estudiar, limpiar y quitar el oscuro barniz que cubría la tabla. Lo que durante muchos años fue considerado en el seno del Prado como una copia más –y bastante banal- del retrato más célebre del arte mundial ha acabado siendo catalogado como una verdadera bomba. Tanto los máximos expertos del Prado como los del Museo del Louvre han aceptado ya el carácter oficial del hallazgo (según informaciones a las que ha tenido acceso este periódico y que también está recogiendo el periódico online Art Newspaper), y han subrayado la importancia del mismo. Con toda probabilidad, la obra será cedida temporalmente a sus colegas del museo parisiense por por los responsables del Prado, que confirmaron el descubrimiento a EL PAÍS. Allí será exhibida en la misma galería donde se encuentra la Gioconda, la obra más visitada del Louvre.

No estamos ante una mera copia del retrato de las muchas que pululan por el mundo: se trata de un verdadero work in progress, un retrato paralelo, una especie de fotocopia ejecutada de forma simultánea por el alumno mientras el profesor pintaba su obra maestra. Hay que subrayar, además, que el tamaño de original y réplica es prácticamente el mismo: 77 X 53 centímetros para el primero, y 76 X 57 para la segunda. El discípulo de Leonardo habría ejecutado la réplica a medida que el maestro toscano iba pintando el original en su estudio de Florencia, lo que además arrojará nuevas informaciones sobre la forma en que se trabajaba en los gabinetes de los grandes maestros. Diversos estudios fotográficos y radiológicos efectuados sobre el cuadro arrojan resultados que, muy probablemente, van a cambiar el rumbo de las teorías e interpretaciones en torno al inmortal retrato de la que, según la tesis más respetada, pudo ser la joven Lisa Gherardini, esposa de un rico comerciante florentino llamado Francesco del Giocondo.

Durante mucho tiempo, los expertos del museo madrileño creyeron que la obra que dormía en sus depósitos –y que incluso llegó a ser colgada durante un tiempo en sus paredes- había sido pintada por un artista flamenco u holandés: el soporte, tabla de roble, no era utilizado por los artistas florentinos, que preferían el uso de otros soportes… como el nogal. Sí por los flamencos, lo que llevó a los conservadores a considerar la pintura como obra flamenca. Pero estudios posteriores arrojaron nuevos resultados: la copia de la Gioconda no estaba hecha sobre roble sino sobre… nogal.

Otro de los motivos cruciales de que la pintura permaneciera escondida durante siglos se refiere al fondo del retrato, totalmente oscuro, por contraposición al original del Museo del Louvre, en el que puede apreciarse el verde paisaje de la Toscana. Hoy se cree que ese fondo negro fue añadido al cuadro en el siglo XVIII. Los restauradores del Prado emplearon meses en despojar a la tabla de su absurda oscuridad y, sorpresa, se toparon con la luz, el color y el trazo de los mismos paisajes del norte de Italia presentes en el original de Leonardo da Vinci. En estos momentos, el equipo de restauración de la pinacoteca madrileña continúa adelante con su trabajo, retirando las sucesivas capas de barniz que durante más de 500 años han ido tapando el rostro de la joven del cuadro. Con toda lógica la obra objeto del hallazgo goza, tras ser convenientemente saneada, de un estado de conservación muy superior al de la Monna Lisa del Louvre: el rostro del original de París permanece oscurecido por el barniz envejecido por el paso del tiempo, lo que hace que el aspecto de la muchacha del cuadro parezca el de una mujer de mediana edad, mientras que el del Prado ofrece ahora la visión de una chica de unos 20 o 25 años. El mundo del arte está, en otras palabras, ante una Gioconda rejuvenecida.

El equipo directivo del Prado, con su director Miguel Zugaza a la cabeza, tenía previsto presentar en sociedad este hallazgo el día 23 de este mes, pero una ponencia presentada hace dos semanas en un congreso celebrado en Londres ha precipitado las cosas. En dicha reunión de expertos en pintura del Renacimiento se llegó a mostrar una fotografía que mostraba el proceso de limpieza: el antes y el después de la copia, con el fondo negro, y sin él. También se habló en el congreso londinense (celebrado de forma paralela a la exposición de la National Gallery Leonardo da Vinci, pintor de la corte de Milán) de las pruebas de reflectografía por infrarrojos efectuadas en la tabla; dichas pruebas fueron comparadas con las que en 2004 se aplicaron al original del Louvre, arrojando sorprendentes resultados en cuanto a la similitud con el original. Ana González Mozo, una de las especialistas de la pinacoteca madrileña, presentó una ponencia en la que establecía la evidencia de que la copia salió del estudio de Leonardo. Las razones por las que el maestro deseó y permitió que un discípulo ejecutara una réplica de forma paralela a su trabajo es todo un misterio. El propio misterio que siempre rodeó a la propia vida de Leonardo da Vinci…

Haz clic AQUI y luego desplaza el cursor sobre la imagen para ver el original de la Mona Lisa y la copia restaurada que conserva el Museo del Prado.

Fuente: Elpais.es 01/02/2012



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AQUI el enlace al video del Telediario.

Que lo disfruteis beso
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Mensaje  Harry Miér Feb 01, 2012 9:02 pm

OK Aplauso y Gracias Lois:
contigo estoy bien enterada de como anda el mundo.
Con tu permiso, Lois, una noticia rápida para los que estén interesados en "La vida de Brian". Hoy a las 22:00 y retransmitido desde RADIO 3

Spoiler:
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Mensaje  Invitado Miér Feb 01, 2012 10:32 pm

Muchas gracias Lois por traernos la noticia, en el telediario tambien ha salido. Que misterios no guardaran esos sotanos del Prado.

Flower Flower

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Mensaje  Invitado Miér Feb 01, 2012 10:39 pm


Kiliki me ha leído el pensamiento cuando ha planteado "qué más guardarán los sótanos del Prado". Y de un montón de museos más por todo el mundo. Verdaderas obras de arte únicas que se amontonan en espacios inaccesibles.
Menos mal que de vez en cuando tenemos alguna sorpresa como ésta.
Muchas gracias Lois, reportera sin par. Flower Aplauso Aplauso Aplauso Aplauso

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Mensaje  tali Miér Feb 01, 2012 10:52 pm

Lo he visto en el Telediario, ya tenemos nuestra propia Gioconda!!!!!!!! Lo que tienen que guardar esos sótanos!!! Gracias Lois Aplauso Aplauso
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Mensaje  Lois_Lane Dom Feb 05, 2012 3:35 pm

Al hilo de esta noticia, aquí teneis un relato de Juan Gomez Jurado, en el que viaja al pasado para recrear la gestación de esta obra en el taller de Leonardo.



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La mujer llegó a la bottega al alba. Los aprendices llevaban horas despiertos, preparando el sillón donde ella había de permanecer sentada durante todo el día. Volvieron a trazar las leves marcas de tiza sobre el gastado suelo. Tendieron finos cordeles entre las paredes y la silla, para asegurarse de que cuando la modelo se sentase su posición fuese exactamente la misma que la última vez que había estado allí, quince días antes. Echaron otro leño a la chimenea del fondo de la estancia, y espiaron divertidos mientras la mujer se sacaba las ropas que traía y se enfundaba en un caro atuendo verde. El vestido nunca abandonaba la bottega, para frustración de la vieja matrona que acompañaba a la mujer. Mientras los aprendices atisbaban un tobillo o un hombro desnudos, la anciana intentaba hacer pantalla con su capa.

Los ayudantes aparecieron con los últimos cantos del gallo. Habían tomado sopa de chicharrones y un vaso de vino por todo desayuno. Ellos habían sido aprendices en su día. Se habían ganado el derecho de sostener un pincel durmiendo sobre las losas de piedra de la cocina, cortando cebollas, partiendo leña y fregando los suelos. Habían entrado allí de niños, procedentes de familias pobres, y su único examen había sido trazar un círculo con un trozo de carbón. Sólo aquellos que lograban una perfecta circunferencia eran admitidos. Trabajaban, escuchaban y aprendían. El tiempo y el esfuerzo demostraban quién tenía talento y quién debía marcharse.

Cuando todo estuvo listo, cuando la luz suave de la mañana fue la adecuada, cuando las protestas de la mujer y la matrona se acallaron, el maestro apareció.

Se hizo un breve silencio mientras los ojos de Leonardo recorrían la estancia con detenimiento. Aún tenía legañas en los ojos, y se mesaba la barba con aire distraído mientras renqueaba hacia el caballete en el centro de la estancia. Su peculiar sistema de trabajo le convertía en hombre taciturno y huraño cada vez que despertaba, lo cual ocurría varias veces al día. Leonardo creía que la vida era demasiado corta para dedicarse a una sola tarea. Encerrado en su estudio privado, escribía, esculpía, trazaba planos de edificios o esbozaba detallados proyectos imposibles. Sus dedos huesudos estaban siempre en movimiento, y el carboncillo cubría sus uñas de un luto permanente. A veces hacía cosas extrañas, como el día en que le había arrebatado por la calle un juguete a un niño. Era un aspa que podía volar impulsada por la fricción de una cuerda. Era un objeto sin valor, apenas un par de cobres en cualquier buhonero de los muchos que pregonaban su mercancía por las calles de Florencia. Pero Leonardo se lo llevó a su casa, y pasó horas encerrado, imaginando una máquina voladora. Estas excentricidades y la poca fiabilidad que ofrecía a la hora de concluir sus trabajos hacían que los mayores mecenas del mundo confiasen mucho más en Rafael o en Miguel Ángel, relegando a Leonardo a una incómoda posición como el tercer mayor artista de Italia.
Cinco pasos por detrás de Leonardo

No era de extrañar que de tanto en tanto se quedase sin dinero, y tuviese que aceptar encargos como aquel retrato de la mujer de un nuevo rico como Francesco del Giocondo. Sus ayudantes suspiraban, molestos por perder el tiempo con aquel encargo menor, en lugar de aumentar su experiencia con encargos de mayor envergadura, como el enorme cuadro inacabado de la Virgen, San Juan y el Niño Jesús que reposaba en un rincón, medio cubierto por un paño suave.

—La manga está demasiado alzada —habló el maestro, con su voz rasposa y chirriante. Uno de los aprendices corrigió al punto el error.

Se colocó ante el caballete, y tomó el pincel con la mano izquierda y la paleta con la derecha. Se quedó mirando esta con fijeza, y profundas arrugas se formaron en torno a sus ojos.

—Fernando— llamó.

Cinco pasos detrás de Leonardo, subidos a un largo escalón que permitía ver con claridad por encima del hombro del pintor, los ayudantes estaban junto a sus propios caballetes. Era parte de su privilegio y de su aprendizaje el copiar al maestro mientras este trabajaba. La fama de un cuadro era tanto mayor cuantas más copias de este se hacían, y estas eran muy apreciadas. Pero las reproducciones solían reservarse para las grandes obras, no para encargos menores como aquel, a no ser que los mecenas así lo requiriesen. Era el propio Leonardo el que había ordenado ese proceder, y las palabras del maestro no se discutían.

El español bajó del escalón y se acercó rápido a Leonardo, ignorando las miradas de envidia de sus compañeros. A diferencia de ellos no había hecho su aprendizaje en aquella bottega, sino en varios talleres de otros pintores. Había pasado tiempo con el propio Rafael antes de acudir a Leonardo, quien le había aceptado a regañadientes. Algo debió ver el viejo Leonardo en el joven delgado y cetrino, al que concedía un trato de favor según soplasen los caprichosos vientos de su temperamento.

—¿Qué sucede, maestro?

Leonardo no contestó, solo señaló con el extremo mordisqueado del pincel a su paleta. El español vio enseguida el problema. Una de las masas de pintura aparecía demasiado líquida.

Fernando corrió hacia el banco de trabajo del extremo opuesto. Aquella tarea hubiese correspondido a un aprendiz de no tratarse del color que se trataba. El ultramarino era el tono más apreciado de la época, no sólo por la hermosura de su tono sino por su coste prohibitivo.

Sobre el banco, el ayudante mezcló con precisión y habilidad el maloliente sulfuro, el pórfido y el aceite. Después abrió una alacena cerrada con llave y extrajo un saquito de cuero. Tomó una pequeña piedra de su interior, y se permitió un breve momento de admiración. Aquel pedacito de roca había viajado desde el reino de Tamerlán, en el confín septentrional de Persia, hasta la bottega pasando por Egipto y Roma. Su valor era el equivalente a lo que diez jornaleros podrían ganar a lo largo de toda una vida.
La joven Lisa sonreía levemente

Con ayuda de una lanceta raspó la superficie de la piedra. El polvillo resultante tiñó al instante la mixtura. La removió en el mortero hasta obtener una pasta uniforme, y reemplazó la pintura defectuosa en la paleta del maestro. Este la miró con fijeza, la olisqueó y finalmente le recompensó con un asentimiento y un leve gesto de aprobación.

Mientras Fernando regresaba a su puesto, el rasgueo de un laúd subrayó su sensación de triunfo. Acababa de llegar el músico que entretenía a la modelo durante las largas horas de posado. La joven Lisa sonreía levemente, mientras la matrona roncaba en un rincón, arrullada por el instrumento.

El español volvió la atención a su caballete. La pequeña tabla de madera de álamo que había frente a él reproducía con exactitud los trazos que el maestro iba creando sobre el original. El paisaje ficticio e irreal del fondo, que tanto había dado que hablar a los ayudantes. La estudiada geometría euclidiana de la figura humana, que Leonardo había calculado en una precisa fórmula matemática, cuyos garabatos aún colgaban de la pared junto a la lista de turnos de limpieza del taller. Y aquella extraña levedad de las manos. Ni siquiera guardaba un gran parecido con el original. La mujer que iba cobrando forma en la tela no era el ser humano sudoroso e inquieto que posaba a duras penas en la silla. Era un ser vaporoso que existía sólo en la cabeza del pintor.

Fernando lamentó los años que aún quedaban para concluir la obra, al errático paso de Leonardo. Aquel era el humilde cuadro de una burguesa. Ni una sola joya, ni un cojín. Tan solo en el brocado del escote se apreciaba que aquella era una mujer adinerada. No era nada comparable a pintar un fresco de una iglesia, una Virgen o un papa. Tan sólo sería un paso más de su aprendizaje, que concluiría pronto. Podría buscar mecenas para crear sus propias obras, bellas pinturas de las que la gente hablase, que permaneciesen en la memoria y le sobreviviesen tras su muerte.

Meneando la cabeza, el español se preguntó quién recordaría el retrato de la Gioconda. Desde luego, nadie en su sano juicio, concluyó encogiéndose de hombros. Y siguió pintando.

Fuente: ABC.es 05/02/2012



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Mensaje  Harry Dom Feb 05, 2012 3:43 pm

¡Qué bonito Lois!. Está claro que Fernando pintaba de maravilla, pero no se le daba muy bien lo de adivinar el futuro. La Gioconda del Prado 46 Gracias y beso
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