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Unifinished business: los libros que nunca terminamos

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Mensaje  Lois_Lane Sáb 19 Abr 2014 - 19:17

Unifinished business: los libros que nunca terminamos Mar1

Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.

Con esta cita Borges da comienzo a «Un lector», poema que incluye Elogio de la sombra (su quinto libro de versos), publicado en 1969. Aunque se negase a decirlo expresamente, Borges contaba con miles de motivos por los que alardear de la multitud de páginas salidas de su puño y letra; pero también es cierto que su voraz hábito lector —junto con su inagotable conocimiento literario— colocaba sus propios escritos, al menos cuantitativamente, en clara posición de inferioridad. De esta manera, la frase de Borges no entraña ninguna práctica de falsa humildad sino que ante todo parece ser producto de la lógica más rotunda. El escritor argentino, sin embargo, no hizo referencia a aquellas páginas que, habiendo podido leer, nunca leímos: es decir, los libros que nunca llegamos a terminar.

Las razones de este fenómeno por lo general suelen ser muy variadas, yendo desde el agotamiento intelectual o el olvido hasta el odio hacia el mismísimo autor; o, sencillamente, debido a mera pereza o indiferencia. No conviene, eso sí, que olvidemos la razón más decisiva de todas las que pueden darse, a saber, el hecho de que algunos libros son un soberano coñazo. Esto último es importante que nos atrevamos a decirlo bien alto —y a pleno pulmón, si es necesario— porque no hay nada de malo en admitirlo.

En resumidas cuentas, hablo de aquellos libros que, tras ser abandonados a medio camino, pasan a mejor vida: a partir de entonces, desaparecen de nuestra rutina automáticamente y comienzan a hacerse hueco en una especie de limbo indefinido, perpetuamente pendientes, con la incertidumbre de si algún día volverán o no a ser leídos. Bien es cierto que el acto de abandonarlos es capaz de dejarnos con mal sabor de boca o con un resquicio de culpa; a veces puede, incluso, que nos hagan pensar que no somos dignos de ellos. Esta última actitud es cuando menos desacertada, pero la situación parece en ocasiones inevitable al enfrentarnos a clásicos reconocidos que se supone tenemos que, no ya leer, sino adorar a la fuerza. ¿Que no te acabaste el Ulises de Joyce? Lo siento de veras, pero no eres quién para hablar de literatura moderna (¡y no digamos de la modernista!). ¿En serio no llegaste al séptimo volumen de En busca del tiempo perdido? Vergüenza debería darte.

Con esa lucidez innata que tanto le caracterizaba, Joan Didion destacó, en su primera colección de ensayos, que a casi todos aquellos que escriben les golpea de vez en cuando la sospecha de que no hay nadie escuchando ahí fuera; yendo más allá, están también los que escuchan un poco y se niegan a escuchar en su totalidad, rompiendo todo vínculo que les ligase con el libro en cuestión como si de un coitus interruptus literario se tratase. Estos son los verdaderos rebeldes, para bien o para mal, y lo peor que pueden hacer tras semejante acto es sentir vergüenza o culpa alguna. Tampoco se trata de arremeter contra clásicos o contra el canon occidental de manera arbitraria o frívola, pero el hecho de tener el criterio y la libertad suficientes como para saber cuándo parar —al margen de que se trate de un libro que esté en la lista de Libros Importantes— es en sí un gesto valiente y, muchas veces, digno de elogio.

Está claro que el no terminar un libro no siempre responde a una decisión consciente o premeditada del todo. Lo que sí es evidente es que, independientemente de cómo procedamos, la sensación final casi siempre suele ser de alivio. A fin de cuentas, todo se reduce a quitarse un peso de encima: no hay peor sensación que la de vernos obligados a leer un libro de cabo a rabo en contra de nuestra voluntad. Así las cosas, yo el lector me tomo la libertad de dejar de leer este tocho infumable de William Gaddis y lo sustituyo —así, porque puedo y me da la gana— con lo último de Stephen King o Paul Auster, que como mínimo sé que me mantendrá entretenido. No hay peor literatura que la que aburre, por muy bien escrita que esté.

Volviendo a Borges, a mí —como a cualquier otro lector razonable, y aunque de ellas no trate el presente artículo— también me enorgullecen las páginas que he leído. Por el contrario, las páginas que no he leído no son motivo de orgullo necesariamente, ni tienen por qué serlo, lo cual no implica que hayan de ser motivo de deshonra: simplemente están ahí, en potencia de ser leídas, relegadas a meras anécdotas como potencia sin realizar, pero potencia al fin y al cabo.

A continuación, con la seguridad de que muchos de ustedes tuvieron una experiencia parecida y a la espera de sus propias aportaciones, siguen algunos libros destacados que, por motivos varios, no logré acabar. En cualquier caso, me parece oportuno destacar lo que hace no mucho dijo Nick Hornby:

All the books we own, both read and unread, are the fullest expression of self we have at our disposal.

En línea con el planteamiento de Borges, preferiría que se me juzgase por aquellos libros que sí logré terminar antes que por los que dejé inacabados. Y por cierto: si usted, querido lector, no consigue llegar al final del presente artículo, le prometo que nunca se lo echaré en cara.

1Q84 – Haruki Murakami


Aviso a navegantes: mentiría si dijese que no me gusta Murakami, pero sinceramente no creo que sea un escritor fantástico, tal y como se suele decir. ¿Que si es un buen escritor? Desde luego. ¿Que si sus novelas entretienen y enganchan? No cabe duda, aunque creo que sus relatos cortos son más efectivos aún (Sauce ciego, mujer dormida me pareció brillante). Ahora bien, siempre que oigo a alguien corear su nombre no puedo evitar pensar que está ligeramente sobrevalorado, por no hablar del rechazo instintivo que siento cada vez que leo acerca de su posible y supuestamente merecida candidatura al Nobel de Literatura.

Más atónito me dejó, si cabe, la excesiva atención que recibió 1Q84, su trabajo más ambicioso —al menos en términos de longitud— hasta la fecha, compuesto por tres largos volúmenes en los que Murakami da rienda suelta a sus habituales preocupaciones e inquietudes, todo ello rodeado, para variar, de una atmósfera turbadora, a veces surrealista, y con innumerables referencias musicales de por medio. En este caso terminé la primera parte, leí algo de la segunda, lo dejé y, acto seguido, me olvidé: el supuesto misterio que envuelve a Aomame y Tengo, los dos protagonistas, no podía intrigarme menos, y la prosa me pareció mundana, básica (algo tuvo que ver su traducción al español, que parece haber sido hecha deprisa y corriendo; no tanto así con sus traducciones al inglés). Hasta la fecha, es de lo peor que he leído del escritor nipón (Crónica del pájaro que da la vuelta al mundo sigue siendo mi preferido), y una de las razones por las que sigue sorprendiéndome todo ese estruendo existente en torno a su figura. De alguna manera —y espero que esto no suene tan mal como puede sonar—, es lo que tiene ser uno de los pocos escritores japoneses con enorme éxito internacional.

Almas muertas – Nikolai Gogol

La fama de plomizos que tienen los escritores rusos del siglo XIX siempre les ha perseguido como la peste bubónica, muchas veces sin justificación verdadera, durante largo tiempo después de muertos. Si de mí dependiese, no me fiaría de alguien que no disfrute como un crío al leer Crimen y castigo, por ejemplo, o los maravillosos cuentos de Chéjov. Pero antes que Dostoyevski, Tolstoi o Bulgakov, ahí estuvo nuestro querido Gogol (nacido en Ucrania y de por sí crítico con la mentalidad y cultura rusas, por si acaso) para dar la razón a aquellos críticos incapaces de tragarse los pesimistas monólogos y grises paisajes tan característicos de los rusos, con los que estos se dedicaban a a llenar tomos inhumanos como si su vida les fuera en ello.

La alegría que experimenté al leer algunos de sus relatos cortos, como el célebre cuento «La nariz», destacó durante mi fugaz lectura de Almas muertas por su ausencia. En definitiva, tras las treinta y pico páginas que leí acabé tan cansado que ni una buena botella de Smirnoff pudo solucionar mi (gracias a Dios) breve trauma; querido Chíchikov, el viaje lo vas a tener que hacer tú solito porque yo no pienso acompañarte, así que ahí te quedas.

El arco iris de gravedad – Thomas Pynchon

Por supuesto que las más de setecientas páginas de esta novela, ganadora del National Book Award for Fiction en 1974 y clave de la literatura posmoderna, por sí solas logran intimidar al más audaz. Pero no es una mera cuestión de tamaño —sin ir más lejos, disfruté enormemente con 2666, muy a pesar de su extenuante cuarta parte—; en este caso, lo intenté de buena gana la primera vez y fui incapaz de pasar más allá de la página sesenta y pico, harto del stream of consciousness, del componente técnico-científico (reconozco que soy un palurdo para estas cosas) y, en general, de la intrincada, insufrible densidad de todo. Unos años más tarde volví a probar suerte, de nuevo sin fortuna: en parte debido al recuerdo de las sensaciones que me produjo mi primer intento, esta segunda vez ni siquiera conseguí llegar a la página cuarenta.

A día de hoy, La subasta del lote 49 es el único libro de Pynchon que he acabado (no por casualidad, se trata de su novela más corta, con apenas ciento cincuenta páginas), y también me costó lo suyo. La literatura —el acto de leer en sí— no tiene por qué ser un camino de rosas ni mucho menos, pero de ahí a que se asimile a un incesante calvario, por mucha genialidad que pueda haber aquí y allá, hay un gran trecho. Pynchon, todos sabemos que para muchos eres un misterio por descubrir, pero cada vez que lo intento me quitas todas las ganas.

Big Sur – Jack Kerouac

Big Sur fue la penúltima novela de Kerouac, publicada siete años antes de su temprana muerte en 1969, y su ingrediente de decepción es casi inevitable: a fin de cuentas, cuenta el deterioro físico y mental del autor, bajo el álter ego de Jack Duluoz, que cogió y se fue a Bixby Canyon a estar solo y sentar la cabeza. La aventura se ha acabado, y de algún modo piensas: ojalá hubiese estado en la carretera toda su vida. Si algo se mantiene intacto es su prosa, que no ha cambiado nada (para bien o para mal; «That’s not writing, it’s typing», como diría Capote). Al revés, su estilo free-form se mantiene en plena efervescencia, sin jaula que logre mantenerlo quieto. Pero, ¿debería usted leer este libro? Citando al mismo Kerouac, «I don’t know, I don’t care, and it doesn’t make any difference».

Contrastado con su obra y época anterior —dinámica, vibrante y llena de vida— Big Sur parece incluso impropio de alguien como Kerouac, hasta el punto de que su persona, su sello de siempre, es difícilmente reconocible en sus páginas. Por supuesto que hay mucho de psicológico, incluso de inexplicable, en estas valoraciones: quizá si lo hubiera escrito otro autor habría sido capaz de leerlo sin dificultades, pero tratándose de Kerouac todo se asimila a un monumental anticlímax que a mí, personalmente, me impidió seguir más allá de los primeros capítulos. Sencillamente no pude, aunque al mismo tiempo una cosa sí que me quedó clara: los héroes también envejecen.

Las correcciones – Jonathan Franzen

Con un ansia de ser candidata al título de The Great American Novel™️ apenas disimulable, Las correcciones, que cuenta la historia de la familia Lambert (cuya decadencia, como era de esperar, no tarda en arremeter contra ellos sin piedad), fue uno de los grandes éxitos de la década pasada. Llegué a la página quinientas, pero no me molesté en seguir; quitando mi interés por ver si la crítica estaba en lo correcto (¡ja!) o no, realmente no veía motivos para ello. La novela comienza de manera prometedora y Franzen lanza frases espléndidas con la habilidad de un prestidigitador literario, mientras que sus personajes están muy bien desarrollados. Pero, pero… Pero.

Pero es que no hay mucho más, algo falla, y sí, estoy seguro de que lo entiendo: no es más que una sátira/comentario social sobre el american way of life, inmisericorde y con retintín a raudales. El problema es que lo que Franzen pretende (esto es, narrar el inevitable derrumbamiento de una familia) ya se ha hecho antes y mejor: ahí están Los Buddenbrook, Al este del Edén, Cien años de soledad, etc. como testigos privilegiados de ello. Poco de innovador hay aquí, aparte de la propensión que tiene Franzen de contarlo todo hasta el más mínimo detalle, tendencia que acaba por cansar hasta al más manso. En resumen, la historia en sí me produjo más cansancio que intriga; hasta tal punto acabé renegando de la novela, de hecho, que a día de hoy he sido incapaz de interesarme por cualquier otro de sus libros (como Libertad, que ha acaparado multitud de elogios), por mucho que se le considere como uno de los mejores autores americanos contemporáneos.

Moby Dick – Herman Melville

Llamadme hereje. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente— emprendí la ardua tarea de leer este imponente gigante, con interés y suspicacia a partes iguales. Empecé adorando el libro, bajo el presentimiento, eso sí, de que tarde o temprano acabaría derrotado por las peripecias y desventuras del capitán Ahab y compañía. Efectivamente, así fue. El problema llega, como todos saben, una vez que Melville comienza a comentar y desmenuzar laboriosamente todo lo relacionado con las ballenas a lo largo de capítulos enteros, como si de una master class de biología marina se tratase; llegados a este punto, tras leer todo lo habido y por haber en cuanto a sus aletas, esqueleto e incluso como producto alimenticio, al lector no le queda otra que perder interés por la narrativa, aun con cierta pesadumbre, y acabando, cómo no, hasta el gorro de las dichosas ballenas.

Moby Dick quizá sea el máximo exponente de la famosa definición de Mark Twain de lo que constituye un clásico: «a book which people praise and don’t read». Y es una pena, porque el libro, aparte de sorprendentemente moderno, es una delicia; ahora bien, una delicia a la que probablemente le sobren unas doscientas páginas.Vencido por la desgana, acabé rendido y, con cierta pena, tuve que bajarme del barco y dejar tal abrumadora experiencia. He de reconocer, en todo caso, que de tiempo en tiempo me vuelven las ganas de, por fin, conquistar a la ballena. Pero dudo que ese día llegue pronto.

La broma infinita – David Foster Wallace

Oh, David: eras tan sumamente inteligente que a la mayoría de nosotros mortales nos cuesta todo un mundo seguirte. Leerte es como ver al chico más inteligente de clase rebatir punto por punto todo lo que ha dicho el profesor, mientras los demás alumnos, entre el asombro y la más absoluta ignorancia, siguen sin entender nada. Tal era su inteligencia que muchas veces tenían que explicarla. En su introducción al libro escrita en 2006, dos años antes de la temprana muerte de Foster Wallace, Dave Eggers, amigo y admirador suyo, hacía el siguiente comentario revelador al respecto de lo que ha de ser la literatura:

In recent years, there have been a few literary dustups —how insane is it that such a thing exists in a world at war?— about readability in contemporary fiction. In essence, there are some people who feel that fiction should be easy to read, that it’s a popular medium that should communicate on a somewhat conversational wavelength. On the other hand, there are those who feel that fiction can be challenging, generally and thematically, and even on a sentence-by-sentence basis —that it’s okay if a person needs to work a bit while reading, for the rewards can be that much greater when one’s mind has been exercised and thus (presumably) expanded.

La broma infinita es todo menos fácilmente legible: aparte de estar repleto de notas a pie de página (algunas de las cuales incluyen, a su vez, subnotas, asteriscos, etc.) el libro es un coloso inabarcable, complejo, técnico y minuciosamente detallado, cuya magnitud fuerza al lector a llevar a cabo inesperadas acrobacias mentales, lo quiera o no. Para los que pretendan leerlo tarde o temprano, les aconsejo antes echarle un vistazo a esta guía imprescindible acerca de cómo plantarle cara. Sin duda, Foster Wallace estaba muy por delante de la mayoría, y eso hace que a muchos de nosotros nos juegue una mala pasada.

Pese a que la novela me tenía intrigado y atrapado en su peculiar mundo, mi falta de paciencia terminó por sacar lo peor de mí: ahí sigue aguardándome en la estantería, con actitud desafiante y marcada por cuantiosos post-its, como si a modo de insulto me dijera: «Pablo, te he ganado». De todos modos, me quedo con la tranquilidad de saber que aún puedo leer gran parte de la obra adicional (y menos extensa) de Foster Wallace, como sus relatos cortos o ensayos, con historias de esas que te cambian la vida («El neón de siempre») o discursos tan emocionantes como el denominado «This is water». En definitiva, La broma infinita no deja de ser uno de esos libros que, o lo lees en el momento propicio —con tiempo de sobra y sin preocupaciones terrenales—, o acabas sepultado, irremediablemente, por el temible peso de sus más de cuatrocientas ochenta mil palabras.

La rebelión de Atlas – Ayn Rand

Que Ayn Rand tenía ideas interesantes es innegable, pero su extremismo —debido en parte a la epifanía que le supuso llegar a los Estados Unidos desde la Rusia comunista—, junto con sus dudosas cualidades como escritora, hacen de La rebelión de Atlas un panfleto exacerbado y machacón a más no poder: un panfleto mediante el que Rand pretende convencernos de las virtudes del objetivismo y demás miserias filosóficas suyas, idóneas, quizá, para embaucar a un adolescente impresionable o falto de formación, pero incapaces de hechizar a alguien con un mínimo de criterio, no ya literario, sino en general. Ah, y todo ello a lo largo de más de mil cien páginas en letra pequeña. De ahí la cínica (aunque en parte certera) cita del cómico John Rogers:

There are two novels that can change a bookish fourteen-year old’s life: The Lord of the Rings and Atlas Shrugged. One is a childish fantasy that often engenders a lifelong obsession with its unbelievable heroes, leading to an emotionally stunted, socially crippled adulthood, unable to deal with the real world. The other, of course, involves orcs.

Todo esto se debe en parte a que su filosofía, cuyo mensaje Rand transmite con la sutileza de un martillo galponero, ya ha calado sobradamente en las primeras cincuenta páginas: esto es, una mezcla de exacerbado capitalismo y del Nietzsche más rancio (negación de la caridad, creencia en el Übermensch —estilo americano, eso sí—, etc.), que ha dado lugar a una preocupante legión de seguidores fanáticos, capitaneados por su sucesor Leonard Peikoff. Para hacerse una idea del nivel de fanatismo, echen un vistazo si no a la tremebunda página de Facebook dedicada al libro. Para los interesados, El manantial quizá sea el libro perfecto con el que empezar —y acabar— con la autora rusa. Pero, si lo único que les intriga es conocer el pensamiento radical de Rand, con leer su entrada en Wikipedia les basta; realmente no tiene mucho más.

La náusea – Jean Paul Sartre

Teniendo en cuenta su reputación e influencia, lo que más me sorprendió de La náusea fue lo llamativamente mediocre que es; claro que es imposible obviar la repercusión que tuvo en su día (recordemos, se publicó en 1938), pero en la actualidad no tiene más interés que el diario de cualquier adolescente desasosegado. No es tanto una novela como un pesado tratado filosófico con la forma de aquella: si algo deja en claro Sartre aquí es que, al contrario de Camus, no era buen novelista y, por otra parte, que su cansino existencialismo no era suficiente para mantener en pie una supuesta novela con personajes planos (querido Antoine, si es que no tienes personalidad alguna) y una narrativa sin sorpresas.

A su vez, la parte de ensayo parece metida con calzador, de manera torpe e inexperta; en resumidas cuentas, todo avanza pesada y lentamente, carente de ritmo o intriga de ningún tipo. En último término, que fuera la primera novela de Sartre es algo evidente a juzgar por su cargante contenido y, al final, su discurso filosófico acaba dando lugar a más bostezos que preguntas.

Todas las almas – Javier Marías

Tras fracasar estrepitosamente en mi intento de leer Los enamoramientos, tiempo después tomé la decisión de entregarme —esta vez en cuerpo y alma— a una de las novelas más elogiadas de toda la obra de Marías. Con la humilde certeza de que el equivocado era yo, pensé que, esta vez al fin, de verdad disfrutaría con el autor; no en vano se trata de uno de nuestros mejores escritores vivos, o al menos eso dicen, y esta es una de sus novelas más reconocidas. Pero no, fue como tropezar dos veces con la misma piedra y, consecuentemente, llegué a la misma conclusión de antes: Marías, no puedo contigo.

Así, no pude evitar sentir una mórbida satisfacción al comprobar cómo todos y cada uno de mis temores resultaban ciertos. De nuevo, el estilo de Marías se me antojó farragoso, asépticamente académico, ocultando con frecuencia todo interés puramente narrativo que pudiese tener la novela (más bien nulo, por otra parte), y con personajes que no son más que pretextos para transmitir sus tediosas paranoias mentales. Hace tiempo leí a alguien decir que Javier Marías es escritor porque vende libros, no porque sepa escribir, afirmación con la que —pese a su toque insolente— estoy totalmente de acuerdo (polémicas aparte, no hay más escritor que el que logra ser leído). La novela no parece sino ser una excusa barata para que el autor nos deje algo muy claro: chicos, he tenido la fortuna de estar dos años en Oxford y vosotros no. Se lee más como una guía turística (muy bonito y adornado todo, claro está) antes que como una novela propiamente dicha y, tratándose de un libro que se rinde ante todo lo británico, la ausencia de ingenio resulta más que preocupante. Si les interesa, aquí mismo pueden ver un minucioso análisis literario, no exento de cierto resentimiento, de por qué Marías no es un buen escritor. En todo caso, el libro de Marías es casi insoportable: leyéndolo me sentí como si me forzase a mano armada a presenciar un desagradable e inoportuno masaje de ego, página tras página y sin fin aparente.

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Otros de los muchos libros que no pude terminar:

Las aventuras de Augie March – Saul Bellow

El barón rampante – Italo Calvino

La breve y maravillosa vida de Oscar Wao – Junot Díaz

Los detectives salvajes – Roberto Bolaño

Ensayo sobre la ceguera – José Saramago

La letra escarlata – Nathaniel Hawthorne

Nocilla Dream – Agustín Fernández Mallo

El primer hombre – Albert Camus

Todos los fuegos el fuego – Julio Cortázar

Viaje al fin de la noche – Louis-Ferdinand Céline

Yo, Claudio – Robert Graves


Fuente: JotDown.es





Yo he intentado varias veces leer Rayuela de Julio Cortazar, pero me ha sido imposible  Embarassed 

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Mensaje  pepi Sáb 19 Abr 2014 - 19:27

Pues ya estaba pensando yo que terminaba el articulo y no habia catado ninguno  Embarassed  y resulta que el ultimo Yo, Claudio lo he leido cheers  y no solo eso: me encantó  Risa 

En cuanto a Rayuela, junto con Los pilares de la Tierra, son las unicas que he leido dos veces.  Twisted Evil 
Como la primera lectura normal me gustó, a continuacion la leí según el otro modo que ofrecia Cortazar. Y ya no me gustó tanto. Quizá tendría que haber metido algun libro por medio.

Gracias Lois por la info  Aplauso
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Mensaje  amabe64 Sáb 19 Abr 2014 - 19:34

Efectivamente, siempre hay alguno que me es imposile terminar, y me quedo con mal sabor de boca, en el por si mas adelante mejora...... que suele ser que no mejora.

Mira por donde el de Las correcciones es uno de los que no he terminado, otro que se quedo asi el de La Familia de Matilda Turpin de Alvaro Pombo, La verdad sobre el caso de Harry Quebert de Joël Dicker... la verdad es que me cuesta hasta recordarlos  Embarassed 
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Mensaje  pepi Sáb 19 Abr 2014 - 19:47

Yo no los he puesto porque, asi de pronto, no recuerdo ninguno.

Miento, no pude con ESDLA  Embarassed , pero ya no recuerdo ninguno mas.
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Mensaje  darkshadow Sáb 19 Abr 2014 - 20:23

Yo recuerdo que el primer libro que dejé fue un verdadero trauma para mí: El manuscrito carmesí de Antonio Gala. Y no fue un trauma por dejarlo, si no por lo que me había costado el libro de marras, que aunque no era demasiado, cuando no se tiene nada, un poco es un mundo.

Y sin ningún rubor puedo decir que yo también dejé a medias Ensayo sobre la ceguera, Los detectives salvajes, Cien años de soledad, Pantaleón y las visitadoras... y algunos otros más que ahora mismo no recuerdo. Sin embargo sí que me he leído Yo Claudio y Crimen y Castigo.

Y uno que no ni he empezado es Ulysess de Joyce, y la verdad no me avergüenzo, porque me da una perezaaaaaa  Rolling Eyes 



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Mensaje  Harry Sáb 19 Abr 2014 - 20:31

Casi todos los libros de H. Hesse. Lo he intentado pero no he podido con ellos. Los centroeuropeos, en general, son algo filosóficos, para mi gusto; el caso es que Th. Mann me encanta (no me entiendo ni yo) Embarassed  Embarassed 
Con otros no me atrevo, pero es que me da, que no me van a gustar. Es sólo intuición, pero nada, que no me decido; uno de ellos es el Ulises de Joyce  Embarassed  Embarassed 


De todo esto saco en conclusión algunas cosillas:
Cuando la critica sesuda se empeña que algo es bueno, el hecho de no disfrutarlo es poco menos que un delito. Y que, personalmente, con los años, me he vuelto más pasota. No me importa decir que algo no me gusta aunque suene a herejía. Claro que tampoco me preguntan, pero en alguna ocasión que ha surgido el tema, lo he dicho y... el mundo sigue girando  Unifinished business: los libros que nunca terminamos 859610 

P.D. yo con Crimen y castigo disfruté bastante, pero me sentó mal el final. El arrepentimiento y todo eso; tantas páginas para que al final le entrasen remordimientos de conciencia me dejó insatisfecha. Soy de las qe opino que los rusos son algo soporíferos  Embarassed  Embarassed, pero los cuentos los narran como nadie  Wink 


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Mensaje  pepi Sáb 19 Abr 2014 - 20:32

Eso que dices de Ulysess (que tampoco he leido y tb me da pereza) me pasa a mi con los escritores sudamericanos de los 70. Entre ellos Garcia Marquez. No me llaman la atencion sus temas. A lo mejor me estoy perdiendo un universo maravilloso, pero...
Aunque Cortazar era sudamericano y Rayuela, como dije arriba, me gustó.  Shocked Aunque tb se pasó media vida en Francia...
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Mensaje  Harry Sáb 19 Abr 2014 - 20:34

¡Anda! me he cruzado con Darky y Ulises. Lo mío no es pereza. Es la certeza de que no me va a gustar.
Y si alguien piensa que es porque tengo la cabeza llena de novelas rosas, que es cierto  Twisted Evil , no creo que sea por eso. También leo ensayo (ahora menos) y hasta entiendo lo que leo Twisted Evil   
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Mensaje  Maia Sáb 19 Abr 2014 - 20:39

Así habló Zaratustra de Friedrich Nietzsche, mi padre se empeñó en que tenía que leerlo  Embarassed . O era muy joven o era una chapa  Rolling Eyes . Tengo una amiga que todavía me toma el pelo y me pregunta si lo he retomado... jamás vade retro...

De romántica hay bastantes que abandono en un par de capítulos ¿cuáles? ufff ni me acuerdo  Embarassed 
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Mensaje  pepi Sáb 19 Abr 2014 - 20:57

En otro post me han recordado Tiburon. No puede con ella. Y no porque no me gustara, que no me dio tiempo a saberlo. Al primer mordisco  pale Mad 
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Mensaje  moyacma Sáb 19 Abr 2014 - 22:23

Gracias Lois, muy bueno el articulo Wink

A mí me obligaron a leer Rayuela pa el liceo me acuerdo y lo leí y me gustó. Hoy no creo que lo leería nuevamente, pero, bue, son etapas.
A mi me pasa que comentan tantos libros ustedes, y yo pienso  Evil or Very Mad vistes que hay géneros que no me enganchan, y me pasa tbn que esperas con ansias alguno o le ves una pinta de aquellas y zas
Pero ojo que sin culpa, con tan poco tiempo para el disfrute que hay que aprovecharlo mujer Wink

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Unifinished business: los libros que nunca terminamos Empty Re: Unifinished business: los libros que nunca terminamos

Mensaje  zen Dom 20 Abr 2014 - 9:47

Aparte de que hay autores y libros sobrevalorados por distintas razones (sobre todo, comerciales), y de que hay autores que cada cual puede aborrecer (muchas veces, con motivo  Twisted Evil ), pienso que el encuentro entre libro y lector ha de producirse en el momento adecuado.

Hay un libro con el que me encontré en diversas ocasiones, a lo largo de mi vida, y siempre se me cayó de las manos, hasta que un día nos reencontramos y... ¡oh, pasión! ¡Cómo lo disfruté!

Así que yo soy de ese tipo de lector que no tiene escrúpulo alguno en abandonar un libro: a veces, definitivamente; en otros casos, como un simple aplazamiento porque sé que el libro es bueno, que me va a gustar, pero no en ese momento.

Creo que solo hay que leer por obligación los libros que hay que leer por obligación  Wink : es decir, los que tienes que leer por motivos de trabajo (que, en muchas ocasiones, también te gustan, pero no siempre).

Fuera de eso, la lectura es una fiesta, un acto de amor, una casa donde vivir, agua cuando tienes sed y pan cuando tienes hambre, un abrazo estrechito estrechito, de los buenos, el mejor viaje de tu vida...  Very Happy
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Mensaje  cassandra Dom 20 Abr 2014 - 10:05

Tras ver la peli me tiré de cabeza a leer la novela de La Letra escarlata y no hubo manera, me aburría soberanamente, así que fuera. También lo intenté con rayuela y tampoco. Si lees y te aburre o no te interesa lo que lees ya puede ser una novela considerada obra maestrísima que si no entra, no entra. La única novela que retomé después de varios intentos fallidos es Bellefleur de mi adorada Oates y me costo lo mio, pero como dice nuestra minina leer es todo eso y si lees desencantada no es igual  I love you I love you I love you 

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